Raúl Scalabrini Ortiz
Raúl Scalabrini Ortiz es un símbolo vivo de la
inteligencia nacional. Dotado de talento literario, no fue ni un poeta,
ni un historiador, ni un filósofo, ni un economista,
pero supo congeniar, en la unidad ensimismada de la pasión, la poesía,
la historia y la economía en una visión trascendente de la patria. Su
obra tiene la potencia de un vislumbramiento. Y la imagen del país bajo
la dominación extranjera, se aunó, en Scalabrini Ortiz, a la profecía de
una Argentina rescatable por y para los argentinos. Raúl Scalabrini
Ortiz es, por encima de todo, un ejemplo de la dignidad de la
inteligencia nacional. Deshizo idolatrías, embaucamientos, espejismos,
descarnó la verdad espectral de una Argentina subyugada y presagió la
proeza más grande de un pueblo: su liberación nacional. Fue un escritor
pero desdeñó a los escritores sin apego a la tierra. Con conciencia
histórica entrañable amó a las masas más allá de las vanidades y
conveniencias personales de la mayoría de los intelectuales, adheridos
al sistema, esto es, indiferentes o al servicio de las fuerzas
extranjeras destructoras que hicieron de la Argentina una factoría y no
una nación afirmada en sí misma. En esta atmósfera bastarda de 1930 se
elevó su voz de patriota. Silenciado, fue un anticipo y una iluminación.
No tuvo prensa. Pero sus ideas prendieron en millares de argentinos y
se amasaron con el pueblo. No cosechó aplausos. Pero hoy, ese pueblo
—gigante colectivo como él lo llamó— lo sabe suyo y lo consagra con el
nombre glorioso de patriota. Raúl Scalabrini Ortiz fue una pasión
reconcentrada. Y nada grande se ha hecho sin pasión, sin esa fe en la
tierra que es sacrificio y resistencia frente a las invisibles
sujeciones externas que nos vedan construir el destino nacional. Fue una
inteligencia clara en una época oscura, invalidada por fuerzas oscuras,
acatada por personeros oscuros, mediatizada por intelectuales oscuros,
por lacayos con fama. Raúl Scalabrini Ortiz, es por eso, la encarnación
de la inteligencia nacional digna en medio de la indignidad del
coloniaje. De un colonialismo que todo lo corrompe y desfigura. A ese
poder de los centros de dominio mundial, Raúl Scalabrini Ortiz lo
enfrentó canjeando con la certeza casi alucinada de su destino
individual, la muerte en vida por la inmortalidad después de muerto. Eso
fue y es Raúl Scalabrini Ortiz.
Raúl Scalabrini Ortiz luchó y
pensó en una Argentina en la que la causa de sus males, tan grande era
el poderío extranjero, yacía ignorada por los propios argentinos.
Scalabrini Ortiz penetró en esa esfera de claudicaciones secretas y
silencios culposos, en ese mundo de la enajenación del país al dominador
ultramarino. Intuyó las raíces del drama nacional, verificó sospechas,
anudó datos, y reveló al fin, con veracidad ilevantable, la trama de los
hechos e infidelidades que hicieron del país una colonia británica sin
luz propia. En todos sus escritos late un sentimiento de melancolía y, a
un tiempo, de esperanza en el pueblo argentino. Jamás de de impotencia.
Fe que Scalabrini Ortiz vio personificada en las masas nacionales sin
nombre, que con Perón, habrían de ejecutar la hazaña colectiva de una
Argentina manumitida de la opresión imperialista. En aquella atmósfera
de agobio material y mental de la década infame, mostró los nudos de
nuestra dependencia disimulados tras la fachada de una historia
falsificada donde los vendidos eran proceres y los patriotas desterrados
en su tierra argentina. Vio por eso, en el genio multitudinario del
pueblo, la historia real, la historia viviente hecha por las masas
depositarías y autoras de la grandeza nacional, pues son ellas, las
masas, el instrumento de que se vale la Historia para alcanzar sus
fines. De ahí la fuerza de ese proletariado que Scalabrini Ortiz
describió en sus páginas famosas sobre el 17 de Octubre de 1945, que lo
contó como a su testigo más ilustre. Y, también, por eso, Raúl
Scalabrini Ortiz, hombre altivo y sin compromisos fáciles, vio en Perón
la historia de las masas argentinas encarnadas en un grande hombre. Esto
explica por qué la clase obrera designa en Raúl Scalabrini Ortiz a uno
de los suyos. El pensamiento de los patriotas no muere. Vive y perdura
en las masas nacionales. Los trabajadores por eso ven en Scalabrini
Ortiz a un insigne intérprete de la conciencia nacional de los
argentinos.
La revista Peronismo y Socialismo apareció en
septiembre de 1973, dirigida por Hernández Arregui. Peronismo y
Liberación salió a la calle en agosto de 1974, luego de la muerte de
Perón, continúa la línea de Peronismo y Socialismo, solo que cambia de
nombre. El discurso de Hernández Arregui, que se reproduce aquí, y otras
notas sobre Scalabrini Ortiz aparecieron en Peronismo y Liberación Nº
1. Se accede a los contenidos y descarga de las revistas en pdf desde el
sitio Ruinas Digitales, haciendo clic sobre cada una de las imágenes.
Raúl Scalabrini Ortiz estuvo sólo. Sin embargo, un verdadero escritor
nacional nunca está solo. Su obra, inspirada en el pueblo, al pueblo
vuelve. Y, tarde o temprano, la colectividad entera lo convierte en
parte dolorosa y triunfante de la patria. De la patria a construir. Pues
no hay patria sin soberanía nacional. Bajo el dominio extranjero la
patria no es una categoría histórica inmóvil, sino lucha viva,
desgarrada, permanente, por la liberación nacional. Hay dos patrias. La
de los que la gozan, la prostituyen y la explotan. Y la de los que la
padecen. La de Raúl Scalabrini Ortiz fue una patria padecida. Una patria
oprimida. En esa patria negada por una minoría que la inmola a sus
intereses de clase y, en contraposición, afirmada por el pueblo, Raúl
Scalabrini Ortiz fue —lo repetimos— la dignidad de la inteligencia
nacional. Y eso plantea el problema de los intelectuales en los países
coloniales. En general, los intelectuales forman una capa social
admitida y palmoteada mientras cortejen con su palabra o su silencio a
la clase dirigente. En el caso argentino, y en la época de Scalabrini
Ortiz, a la oligarquía terrateniente satélite de Gran Bretaña. Este es
un fenómeno típico de todos los países dependientes, en los que la
subordinación del país crea, a su vez, intelectuales subordinados a esa
oligarquía, y en nuestros días, a los grupos económicos ligados, en
particular en la Argentina, al imperialismo yanqui. O mejor, anglosajón.
En tal orden, la “libertad” de la inteligencia es una ficción
escandalosa, o sea, “libertad” para consentir en forma abierta o
encubierta, la dependencia del exterior. Y en esto reside la traición de
los intelectuales al país que sufre la opresión extranjera. No pueden
hablar de libertad aquellos que dependen de diarios, revistas, cátedras
pagadas directa o indirectamente por el colonialismo, y por ende,
controlados por la censura oficial.
En los países coloniales —y
la Argentina lo cual lucha como pueblo sin pedir un mendrugo de gloria.
La mayoría de los intelectuales, esos que han logrado un nombre, se
refugian en la abstención política, que es una forma del sometimiento.
Tales intelectuales son parte del espectáculo colonial. Dígase cuanto se
quiera, la realidad que circunda al intelectual es política y su
silencio es político. El silencio de los intelectuales se llama traición
al país. Para ellos, ser escritor es conseguir publicidad a costa de
cualquier prevaricato. Por eso, en tanto masajistas del éxito social son
no más que fugaces pasajeros de la fama. Y el pueblo los ignora. Hablan
de libertad pero medran a la sombra del sistema que deroga la libertad
del pueblo. Si los intelectuales se apartan de la política no es por
superioridad sino por cobardía y adhesión tácita o expresa al
colonialismo. Por eso tales intelectuales en los programas de radio o
televisión, se expresan con palabras a medias, triviales, conformistas,
alejadas de los problemas ardientes del país. La dependencia colonial no
sólo es económica, es en su mediatización más innoble, colonización
intelectual. Un intelectual que calla el horror y la vergüenza del
colonialismo, es un mercenario que sirve a las potestades aciagas que
paralizan al país. El intelectual que no usa sus conocimientos como
militancia, de hecho acepta al régimen colonial que exige y paga la
existencia de una inteligencia adicta. El valor de una obra se mide por
su posición crítica frente a la época en que nace, por la postulación de
los problemas que agitan a la comunidad, y esta misión de los
intelectuales sólo es posible cuando se desafían sin renuncias a los
poderes que velan, a través de las desfiguraciones del imperialismo y
sus aliados nativos, los problemas nacionales irresueltos. En un país
colonizado la labor del escritor es militancia política. De lo contrario
es pura miseria de la inteligencia pura. ¿Cuándo la Universidad ha
alzado su voz contra el colonialismo? ¿No prueba esto que la
Universidad, antes que templo del saber, es el asilo de la cultura
colonial? O sea, de la invasión mental desfuerzas extrañas a lo propio.
¿Cuándo los escritores argentinos agremiados en la SADE han denunciado
la entrega del país, los fusilamientos de 1956, las torturas, las
proscripciones políticas de millones de argentinos? ¿Cuándo? Los
trabajadores hacen bien en desconfiar de esa “inteligencia” argentina
que no osa decir su nombre mientras el país se debate en la violencia,
en la lucha por la liberación nacional.
Mas, junto a estos escritores hay otros. Una minoría que, en rigor,
representa a las mayorías nacionales sin libros pero con conciencia de
la patria avasallada. Son intelectuales que no se resignan ante el
estado de cosas establecido, y muestran tanto los mecanismos y las
lacras pestíferas de la servidumbre colonial como el papel subalterno
del la inteligencia culpable. De esos intelectuales que mientras el
pueblo lucha en las fábricas, en las calles, aparecen en las pantallas
de televisión, y del este modo, lo sepan o no, son parle de los avisos
comerciales, el lado culto de la servidumbre cultural al imperialismo.
Los escritores auténticos saben soportar el silencio y prefieren darle
formas de ideas a las intuiciones y heroísmos colectivos convirtiéndose
así en testigos y actores de la época que les toca vivir. A esta raza de
escritores nacionales perteneció Raúl Scalabrini Ortiz, prototipo del
intelectual que hizo del pensamiento argentino militancia política y no
de la política algo negable por una inteligencia amordazada. Así se
realizó Raúl Scalabrini Ortiz
El 10 de junio de 1944, el
coronel Perón pronunció en la Universidad de La Plata la conferencia
inaugural en la Cátedra de Defensa Nacional de aquella casa de estudios.
Finalizada la disertación se trasladó al balneario del Jockey Club, en
Punta Lara, donde se le ofrecería un banquete; lo hizo en compañía del
mayor Fernando Estrada (subsecretario de Trabajo y Previsión) de Raúl
Scalabrini Ortiz y de los jóvenes dirigentes de FORJA, doctores Rene
Saúl Orsi y Miguel, López Francés. La presencia de Scalabrini y demás
militantes forjistas se explica, ya que FORJA fue la primera agrupación
política de jerarquía nacional que se solidarizó con la orientación
económico-social impresa por el coronel Perón al gobierno constituido en
junio de 1943.
Durante la reunión —de la cual participaron
alrededor de cincuenta personas, entre ellas, los generales Reynolds y
Perlinger, el brigadier Zuloaga y los doctores Baldrich y Labougle— el
coronel Perón habló extensamente con Orsi y López Francés, exponiendo
con la precisión y brillo conocidos la tesitura de su política. En esas
circunstancias, Scalabrini le hizo llegar por intermedio de Orsi un
breve mensaje escrito en la tarjeta de invitación al banquete. “Coronel:
le vamos a pedir los trencitos”, decía, ratificando así una de las
demandas esenciales del pueblo argentino toda vez que la recuperación de
los medios de comunicación por el estado constituía uno de los
principales objetivos de la lucha por la emancipación nacional
Leyó Perón el mensaje y, en seguida, apartándose del grupo, se acercó a
Scalabrini para manifestarle personalmente que si se superaban con éxito
las dificultades de todo orden que obstruían el desarrollo del
movimiento político-social en gestación, una de las primeras medidas a
adoptarse sería la compra de los ferrocarriles.
Perón cumplió, y el
1º de marzo de 1948 cuando el gobierno justicialista tomó posesión de
todos los ferrocarriles nacionales, Scalabrini Ortiz fue invitado por el
presidente de la república a concurrir a la ceremonia oficial. Honraba
Perón así al hombre que había servido al país, con su clara
inteligencia, al desvirtuar una de las mentiras más finamente urdidas
por la extranjería. como escritor y como hombre, es decir, como
argentino total. No aceptó la neutralidad de la inteligencia. Luchó sin
lamentaciones contra la montaña de falseamientos y cancelaciones
canallas de la antipatria. Y aquí debo tocar, aunque más no sea de paso,
un hecho en la vida de Raúl Scalabrini Ortiz. Como todo gran patriota
fue calumniado y odiado por los personeros de la entrega, por el
liberalismo colonial aliado a Gran Bretaña, y por la izquierda
extranjerizante que lo acusó de “nazi”, justamente a este defensor de
las masas proletarias postergadas y de la soberanía nacional profanada
por la oligarquía y el imperialismo. Pero una infamia aún más inicua
rozó a Raúl Scalabrini Ortiz. Al caer Perón, bajo la instigación directa
de Rogelio Frigerio y Arturo Frondizi se intentó apañar con su nombre
la entrega del petróleo. No podemos hacer aquí la historia de esta
operación fría, imperdonable y cruel. Pero ayer, en un diario de esta
capital, se insiste en esta infamia. Sólo diremos en este acto, que por
solemne exige la verdad, que para usufructuar el nombre de Raúl
Scalabrini Ortiz, se adulteraron los contratos con las compañías
norteamericanas presentándolos como favorables al interés nacional. Raúl
Scalabrini Ortiz retrocedió a tiempo y permaneció incorruptible ante su
pueblo. Pero la amargura de esta operación perversa fraguada por
quienes se dijeron sus amigos, lo acompañó hasta la tumba, y quedará
como un estigma irredimible en la conciencia de los culpables. Y
finalmente, condenado a vivir en la sombra, Raúl Scalabrini Ortiz
alumbró toda una época.
Raúl Scalabrini Ortiz pronosticó sobre las
piltrafas áureas de la Argentina colonial, el porvenir de la Argentina
liberada y su efectuación histórica en la actividad de las grandes masas
nacionales. Eso fue Raúl Scalabrini Ortiz. Por eso, repetimos, es un
símbolo vivo de la inteligencia nacional.
Por Juan José Hernández Arregui
Este texto inédito corresponde a las palabras dichas por Juan José Hernández Arregui en oportunidad de recordarse a Raúl Scalabrini Ortiz, en el año 1972, en la Recoleta, durante la dictadura militar de A. Lanusse.
[Publicado en Peronismo y Liberación Nº 1, agosto 1974]www.elortiba.net
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