domingo, 24 de noviembre de 2013

Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer

Fue durante el I Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe celebrado en Bogotá (Colombia) durante Julio de 1981 que se declaró el 25 de noviembre  Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer.

En este encuentro las mujeres denunciaron la violencia de género a niveles doméstico y públicos y la violación y el acoso sexual a nivel de estados incluyendo la tortura y los abusos sufridos por prisioneras políticas.

Se eligió el esta fecha para conmemorar el violento asesinato de las hermanas Mirabal (Patria, Minerva y Maria Teresa) tres activistas políticas asesinadas el 25 de noviembre de 1960  por la policía secreta del dictador Rafael Trujillo en la República Dominicana.

Sus cadáveres destrozados aparecieron en el fondo de unprecipio.

Históricamente estas mujeres han simbolizado la lucha y la resistencia. El 17 de diciembre de 1999, a través de la resolución 54/134, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas  (ONU) dio carácter oficial a esta fecha.

La historia de las hermanas Mirabal

La dictadura de Trujillo:

La dictadura del general Rafael Leonidas Trujillo se inicia con su ascenso al poder en 1930 en la República Dominicana, anteriormente el país había estado ocupado por militares norteamericanos desde 1916 a 1924.

Los soldados y oficiales dominicanos fueron entrenados por ellos, y Trujillo fue heredero de ese cuerpo de orden  y  no tardó en demostrar que sabia utilizar los métodos de control que se emplearon  durante la ocupación.

En una campaña de terror político e intimidación a la población, “ganó” las elecciones  presidenciales el 16 de Mayo de 1930.

Utilizó al ejército para imponer su dominio sobre el resto de la población, por medio de la violencia,  la tortura y el asesinato; además, creó la banda terrorista “La 42”, encargada de perseguir y asesinar a sus opositores e imponer miedo en el país. La primera víctima fue un matrimonio opositor al régimen, en que la esposa se encontraba embarazada, los Martínez Reina.

Trujillo además utilizó otros métodos para afianzarse en el poder, no solo los de persecución a los opositores, tuvo injerencia en las familias para  la obtención de favores sexuales de las mujeres jóvenes y  consideradas hermosas, de manera tal, que si no accedían a los requerimientos se corría el riesgo de que incautar los bienes materiales y peor aun, declararlo enemigo y hacer la persecución que merecía como tal, motivo por el cual quebró principios y se impuso como el protector, ya que la “amante” o su familia podían llegar a ser propietarios de algún bien material, vivienda, empleo,  etc. y a muchas de ellas las convertía en esposa de algún militar que tenia que aceptar la propuesta  hecha por Trujillo de ser el esposo de la amante que abandonaba.

La Lucha:

El 14 de Junio de 1959 un grupo de dominicanos en el exilio, con apoyo del gobierno cubano, ingresaron a su patria con la intención de derrocar al régimen de Trujillo. Fracasaron en su intento, pero permitieron que los opositores, jóvenes intelectuales, se organizaran, dándole a su agrupación el nombre de 14 de Junio, en homenaje a los que cayeron en esa fecha. A la agrupación se le conoció  como “14J”.

Las Mirabal militaron en una célula del “Movimiento 14 de Junio, en la que se identificaban como Mariposa 1 (Minerva), Mariposa 2 (María Teresa), Mariposa 3 (Patria). Al develarse el complot del movimiento, en enero de 1960, centenares de militantes fueron encarcelados. Minerva y María Teresa con sus esposos así como el esposo e hijo mayor de Patria fueron condenados a cinco años de prisión, sufriendo las mayores vejaciones y torturas.

Ante la denuncia por parte de los opositores que vivían en el exilio,  la Comisión de Paz de la OEA hizo una visita a Santo Domingo y constató la situación de los presos políticos, lo cual obligó a Trujillo a “ablandar la situación”.

En agosto de ese mismo año, Minerva y María Teresa pasaron a arresto domiciliario. Ellas tenían  permiso para salir dos veces a la semana: el domingo a misa y un día a ver a los esposos.

En el mes de Noviembre, los esposos fueron trasladados a la  cárcel de Puerto Plata, quedando más cerca de sus esposas. En esas  circunstancias, se “planeó” matar a las tres hermanas, en una solitaria carretera, cuando regresaban de visitar la cárcel, el día 25 de  noviembre de 1960.

Así las Mariposas, mujeres llenas de patriotismo y en plena juventud, pues  no alcanzan los 40 años de edad , se inmolan en un acto  que conmueve  las entrañas del pueblo , dando con ello el inicio a la caída del régimen dictatorial. 

Trujillo finalmente fue asesinado el 30 de Mayo de 1961.

 

 


domingo, 17 de noviembre de 2013

Y los militantes, siempre los militantes haciendo patria



El 17 de noviembre se celebra el Día del Militante, en conmemoración por la vuelta de Juan Domingo Perón al país, en 1972, luego de casi 18 años de exilio, en medio de una dictadura militar debilitada y en la antesala de su tercera presidencia. En 1972, el gobierno de facto del general Agustín Lanusse había perdido legitimidad y estaba totalmente debilitado, gracias a la creciente presión y participación popular en torno a una vuelta a la democracia. Es por ello, con el llamado a elecciones presidenciales, la vuelta de Juan Domingo Perón, exiliado y proscripto desde 1955, luego de que fuera derrocado por un golpe militar, se convirtió en un acontecimiento histórico, sinónimo de la más férrea militancia, histórica y renovada por las nuevas generaciones, y del retorno del voto popular y democrático. El anuncio de su vuelta fue el 7 de noviembre cuando, Perón decía en una solicitada: “A pesar de mis años [tenía 77], un mandato interior de mi conciencia me impulsa a tomar la decisión de volver, con la mejor buena voluntad, sin rencores que en mi no han sido habituales y con la firme decisión de servir, si ello es posible”. El 15 de noviembre, desde Roma, el General, preocupado por sus leales, enviaba un mensaje dirigido a todo el pueblo peronista :“Como en los viejos tiempos, quiero pedir a todos los compañeros de antes y de ahora, que dando el mejor ejemplo de cordura y madurez política, nos mantengamos todos dentro del mayor orden y tranquilidad. Mi misión es de paz y no de guerra”. El 16 de noviembre, el gobierno de la dictadura de Lanusse, tomó medidas extremas rodeando el aeropuerto Ministro Pistarini (Ezeiza). Sin embargo, a pesar de los cordones de soldados, miles de personas se lanzaron a las calles bajo una fuerte llovizna para darle al bienvenida al líder. El avión aterrizó el 17 de noviembre, a las 11.20 en Ezeiza. En DC-8 de Alitalia viajaban 154 hombres y mujeres, entre ellos, 22 presidentes provinciales del Partido Justicialista y del distrito capital, miembros retirados de las Fuerzas Armadas, de la Confederación General del Trabajo, las 62 Organizaciones, empresarios, ex funcionarios y legisladores, científicos y artistas, que acompañaban al líder de los trabajadores en su regreso a la Patria. El general Perón fue retenido en el Hotel de Ezeiza hasta la madrugada del día siguiente cuando decidieron liberarlo y pudo dirigirse a la casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López. Allí, comenzó a preparar al Partido Justicialista para las esperadas elecciones presidenciales del 11 de marzo de 1973. Permaneció en Buenos Aires 29 días y volvió a irse a España, de donde retornaría definitivamente el 20 de junio de 1973, de la mano del presidente justicialista electo Héctor Cámpora, quien renunciará a su cargo para que Perón pudiera asumir, luego de elecciones abiertas, su tercera y última presidencia. El 17 de noviembre fue un símbolo de la resistencia y la lucha de muchas personas que estaban fuertemente comprometidos con la vuelta de la democracia, el respeto de los derechos políticos y sociales y la libertad, valores que con Perón proscripto y exiliado no podían garantizarse. Es por ello que, gracias a esa militancia, en esa fecha se conmemora el Día del Militante.

 Fuente: Argentina.ar



martes, 12 de noviembre de 2013

La juntada de los jueves con Max Delupi

Este jueves 14 de Noviembre a las 20hs nos visita Max de Lupi, creador de Telma y Nancí. Prohibido no hablar!!
Entrada libre y gratuita! (Traer mate y algo Pa picar!!). Nos encontramos en Templanza Suramericana La Campora- Defensa 680 

Recordando al Chacho hombre de Templanza Suramericana


El Chacho ha sido el único caudillo verdaderamente prestigioso que haya tenido la República Argentina.

Aquel prodigio asombroso que lo hacía reunir diez mil hombres que lo rodeaban sin preguntarle jamás dónde los llevaba ni contra quién, había hecho del Chacho una personalidad temible, que mantenía en pie a todo el poder de la nación, por años enteros, sin que lograra quebrar su influencia ni acobardar al valiente caudillo.

A su llamado, las provincias del interior se ponían de pie como un solo hombre, y sin moverse de su puesto, tenía a los seis u ocho días 2, 4 ó 6 mil hombres de pelea, dispuestos a obedecer su voluntad fuera cual fuese.

Los paisanos de La Rioja, de Catamarca, de Santiago y de Mendoza mismo lo rodeaban con verdadera adoración, y los mismos hombres de cierta importancia e inteligencia lo acompañaban ayudándolo en todas sus empresas difíciles y escabrosas.

El Chacho no tenía elementos de dinero ni para mantener en pie de guerra una compañía.

Y sin embargo él levantaba ejércitos poderosos, mal armados y peor comidos, que sólo se preocupaban de contentar a aquel hombre extraordinario.

El Chacho no tenía artillería, pero sus soldados la fabricaban con cañones de cuero y madera, que se servían con piedra en vez de metralla, pero piedra que hacía estragos bárbaros entre las tropas que lo perseguían.

No tenía lanzas, pero aunque fuera con clavos atados en el extremo de un palo, sus soldados las improvisaban y se creían invencibles. El que no tenía sable lo suplía con un tronco de algarrobo convertido en sus manos en terrible mazo de armas, y si faltaba el alimento comían algarrobo y era lo mismo.

De esta manera el Chacho tenía en pie un ejército con el que hacía la guerra al Gobierno Nacional, sin que hubiera ejemplo de que se le desertase un solo soldado, porque todos sus soldados eran voluntarios y partidarios de Peñaloza hasta el fanatismo.

El Chacho era valiente sobre toda exageración. Era un Juan Moreira, en otro campo de acción, con otros medios y otras inclinaciones. Generoso y bueno, no quería nada para sí: todo era para su tropa y para los amigos que lo acompañaban.

Para éstos no tenía nada reservado, ni su puñal de engastadura de oro, única prenda que llevaba consigo y que, en mejores tiempos, le regalara su amigo el general Urquiza.

Este puñal tenía una inscripción en su puño que le había hecho grabar el mismo Chacho, y que decía así:

"El que desgraciado nace

Entre los remedios muere."

Rara inscripción que se presta a tantas interpretaciones y que prueba el horror que tenía Peñaloza a la ciencia médica.

Este solo bien de fortuna que poseía el Chacho, era la especie de varita de virtud que lo sacaba de apuros, en sus trances más amargos.

Cuando algún amigo, que para él lo eran todos sus oficiales y soldados, acudía al Chacho en demanda de dinero para salvar un compromiso, éste en el momento sacaba su puñal y lo entregaba para remediar el mal.

-Si la necesidad es grande -decía con su acento bondadoso-, vaya, empeñe esa prenda por cincuenta o cien pesos, que ya habrá tiempo para sacarla.

El feliz poseedor de la prenda acudía con ella a la casa de negocio más fuerte y solicitaba los cincuenta o cien pesos que necesitaba sobre el puñal del Chacho, que todos conocían.

¿Quién iba a negar el dinero, cuando era Peñaloza quien lo pedía sobre su puñal?

El comerciante entregaba su dinero y la alhaja, que volvía a poder de su dueño.

Su corazón, rico de sentimientos generosos, no conocía el rencor ni la pasión cobarde de la venganza. Era tan grande y magnánimo con su peor enemigo, como con sus más leales amigos. Así el oficial o el soldado que cayó prisionero entre las fuerzas del Chacho, fue obsequiado como el mejor de sus partidarios.

En todo el largo tiempo que hizo la guerra al gobierno Nacional, ni uno solo de los prisioneros tomados por el Chacho pudo quejarse del menor mal trato ni de la más leve crueldad.

Herido o enfermo, era asistido por sus partidarios, y una vez restablecido, entregado a las fuerzas nacionales sin que le faltara un solo botón de la ropa.

En el campamento era el mejor compañero de sus tropas, al extremo de jugar con todos ellos y conversar larguísimas horas alrededor del fogón.

Si llegaba un día en que los soldados no habían comido, pudiendo él hacerlo, porque no faltaba quien le regalara un pedazo de charque o de patay, no probaba bocado, porque no era justo, decía, que el jefe se hartara mientras los soldados morían de hambre.

Unico juez entre los suyos, él se daba maña para arreglar todas las cuestiones, de manera que las partes quedaran igualmente contentas y sin resentimientos de ninguna especie.

Cuando el Chacho tenía, todos tenían, pues su lujo era partir entre todos cuanto tenía a la mano.

El Chacho era un hombre de una salud de bronce y de una naturaleza especial para resistir la fatiga inmensa de aquellas marchas prodigiosas, que dejaban asombrados y a treinta leguas de distancia a sus más tenaces perseguidores.

La esposa del Chacho venía con frecuencia al campamento y al combate, a partir con su marido y sus tropas los peligros y las vicisitudes.

Entonces el entusiasmo de aquella buena gente llegaba a su último límite y sólo pensaban en protestar a la Chacha, como la llamaban, su lealtad hasta la muerte.

Cuando llegaba la hora de pelear, el Chacho era el primero que entraba al combate y el último que se retiraba, si eran derrotados.

Antes de entrar en batalla, el Chacho daba siempre a sus tropas un punto de reunión, para el caso en que tuviera que dispersarlas. Y así se veía que el Chacho, derrotado hoy con 2.000 hombres, reaparecía tres o cuatro días después con un ejército de 3.000.

El Chacho no tuvo jamás una palabra dura para sus subordinados, y cuando alguno cometía alguna falta grave se contentaba con expulsarlo de su lado, prohibiendo terminantemente que formara parte de su ejército.

Manso y complaciente, accedía con la mayor facilidad a cualquier insinuación que se le hacía y que él creía sana.

Cuando él la creía mala o veía que lo que se le pedía podría perjudicar a su causa, la rechazaba redondamente, y una vez que el Chacho decía no era inútil insistir.

El Chacho combatía por el pueblo, por sus libertades y por los derechos que creía conculcados.

Para sí no quería nada ni pidió nada jamás, en tiempo en que, por hacer con él la paz, el Gobierno le hubiera dado cuanto hubiera pedido.

De aquí dimanaba principalmente el gran prestigio de que gozaba el Chacho y la cantidad de hombres que lo rodeaban.

Porque él había encarnado en él mismo la causa del pueblo, y cada hombre de los suyos sabía que peleaba por su propia felicidad y en su propio provecho.

El Chacho era un hombre alto y musculoso, de una fuerza de Hércules y de una contextura de acero.

Su mirada suavísima y bondadosa solía irradiar a veces destellos de cólera que hacían temblar a los que estaban a su lado.

Esto era cuando llegaba a sus oídos la noticia de alguna cobardía o uno de los tantos fusilamientos que de chachistas hacían las fuerzas nacionales.

Peñaloza se mostraba entonces en todo el esplendor de su nobleza, y como una venganza terrible, mandaba redoblar sus atenciones para con los prisioneros.

Las injusticias del Gobierno lo habían irritado, porque ningún gobierno debía ser cruel e injusto; luego las iniquidades cometidas con los paisanos por la autoridad de los pueblos habían conmovido su corazón hidalgo y había derrocado al gobierno que creía malo.

Pero el Chacho tenía la debilidad de escuchar las opiniones de los amigos que creía ilustrados, y prestar su apoyo, para suceder a un gobierno derrocado, muchas veces a un hombre más indigno que el que derrocó.

Así los aspirantes a gobernador y los negociantes de la política mantenían relación íntima con el Chacho para servirse de él, llegado el caso, sorprendiendo su buena fe y engañándolo en cuanto les era posible.

Sumamente astuto, aunque inocente en los enredos políticos, se dejaba engañar hasta cierto punto, haciendo a un lado al pretendiente una vez que lo había calado.

Triunfando el Chacho, triunfaba la buena causa, la causa del pueblo, y entonces el Chacho pedía una contribución en dinero para repartirlo entre sus soldados, que andaban siempre careciendo de aquello más necesario.

En el ejército del Chacho no había más ordenanzas militares que la palabra de éste, ni más ley obligatoria que el empeño que cada cual tenía en servirlo y morir por él si era necesario.

El Chacho detestaba el sacrificio estéril de sus tropas, no aceptando un combate sino cuando creía estar seguro del éxito, ni se empeñaba mucho en la batalla de éxito dudoso, para conservar enteros sus elementos.

Con una seguridad asombrosa y una rapidez notable, el Chacho calculaba cuál debía ser el fin del combate que sostenía, y si lo creía nulo, desbandaba su ejército en todas direcciones para evitar la persecución.

Por eso es que el Chacho antes de entrar en pelea daba a sus tropas el punto de reunión para un día fijo, encontrándolos reunidos cuando llegaba al punto indicado, y aumentando, con los amigos que se plegaban, a los derrotados.

Y ésta era la causa de que, derrotado el Chacho, se le viera en seguida con mayor número de gauchos y mayores elementos.

Conocedor del terreno en que operaba, como cualquiera puede conocer su aposento, el Chacho hacía marchas tan asombrosas y rápidas que muchas veces el ejército que creía irlo persiguiendo lo sentía a su espalda picándole la retaguardia y tomándole todos los rezagados que iba dejando en la marcha.

Es que, mientras el Chacho disponía de los mejores rastreadores y de toda la gente de algún valor en los ejércitos, el jefe que lo perseguía marchaba a ciegas la mayor parte del tiempo sin encontrar quien quisiera darle el menor informe, aun bajo la mayor amenaza.

Un dato perjudicial al Chacho, un informe que pudiera ocasionar una sorpresa era un crimen que no había paisano capaz de cometer ni por todo el oro del mundo ni por todas las torturas conocidas.

Esto había causado más de una vez el fusilamiento de algún paisano que se había resistido a dar los informes pedidos, o el martirio de algún prisionero por la misma causa.

Pero esto producía un efecto contrario al que se buscaba, pues con este proceder los paisanos huían del ejército regular como de la calamidad más espantosa.

Cada vez que el Chacho tenía conocimiento de algún hecho de éstos, su indignación no conocía límites.

-¡Y ése es el ejército civilizado que nos persigue como a horda de salvajes! -exclamaba conmovido-, ¡y degüella nuestros leales y azota nuestras mujeres! ¡Y ésos son los valientes que vienen a enseñarnos el goce de la ley bajo las banderas del gobierno!

Eduardo Gutierrez [Fragmento de "El Chacho"]